martes, 17 de diciembre de 2019

.JOSE MEJIA LEQUERICA.







Bicentenario de José Mejía Lequerica

Homenaje en el bicentenario de su muerte al gran revolucionario que luchó por la independencia americana y por la instauración de la democracia en España
José Mejía Lequerica
(Quito 1777 – Cádiz 1813)
Partidario de lo nuevo
El valor imponderable de Mejía reside en que expresa el pensamiento de los sectores más avanzados de su época.
Dos tipos de ideas predominan en la Real Audiencia de Quito. El uno es moderado y monárquico y el otro liberal y progresista, que coexisten ya, desde la vieja Escuela de la Concordia fundada por Espejo. Luego, después de lanzado el grito del 10 de Agosto de 1809, el uno y el otro imprimen su huella en la Constitución de 1812, como advierte el escritor conservador Julio Tobar Donoso condoliéndose,  naturalmente, por el influjo de la Revolución Francesa y la impronta dejada por esos “sagrados Derechos del Hombre…”[1] Y en medio de la campaña libertadora se desarrolla la conocida pugna entre “montufaristas” y “sanchistas”, los primeros bregando por una obsoleta monarquía y los segundos, con el coronel Calderón a la cabeza, luchando por la república y los principios liberales.
Cada una de estas corrientes ideológicas corresponde a un sector social determinado. El pensamiento retrógrado corresponde a los criollos latifundistas, y el pensamiento avanzado, a los sectores populares dirigidos por una incipiente burguesía de comerciantes, intelectuales y profesionales.
Mejía, lógicamente, está al lado de los partidarios de lo nuevo.
Discípulo de Eugenio Espejo, a quien considera como el único filósofo de su patria, de él sin duda recibe las primeras lecciones revolucionarias, aquellas inspiradas por los enciclopedistas, que tanto asustan a las autoridades españolas. Cuando muere el Maestro, como esposo de su hermana Manuela que hereda su rica biblioteca, puede ampliar allí sus conocimientos políticos y científicos, que lucirá, con singular brillo, en las cátedras de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Es innovador en la enseñanza de ciencias naturales y partidario del sistema copernicano, que para los cerebros ultramontanos de la época es cosa vedada y casi merecedora de castigo.
Por esto se le persigue y molesta desde muy temprano.
Cuando quiere obtener el grado de doctor en Medicina, se le dice que no puede, porque “siendo catedrático de Filosofía, no podía incorporarse en una facultad distinta”. Cuando solicita el grado de doctor en Teología se le niega por ser casado, aunque la original resolución es posteriormente revocada. Y, por fin, cuando quiere acceder al grado de bachiller en Derecho Civil y Canónico, se le manifiesta que eso no es posible por no haber demostrado la legitimidad de su nacimiento.[2] Para este bajo menester sus enemigos se valen de un caduco Estatuto que prohíbe la concesión de ese grado a los hijos ilegítimos y de mala raza!
Mejía, con razón, se burla graciosamente de la última negativa. Dice que si él es doctor en Teología, la reina de las ciencias, cómo no puede ser bachiller en Derecho Canónico, que no es sino sierva y dependiente de la primera. Pero a la burla sigue también la protesta airada, expresando ser merecedor de ese título tanto por su sangre como por sus conocimientos.
La negativa, más que fruto de los tontos prejuicios de ese tiempo, parece tratarse de un hostigamiento de índole político, pues que en otros casos el requisito se pasa por alto. Alfredo Flores Caamaño señala el ejemplo del presbítero doctor José Manuel Flores, que optó grados fuera del alcance de los hijos ilegítimos. Pero claro, él era hijo adoptivo del marqués de Miraflores.[3]
Ante tanto acoso e injusticia, decide expatriarse voluntariamente y viaja a España. Allí como Diputado Suplente de Santa Fe, asiste a las Cortes Generales y Extraordinarias que se instalan en 1810. Conforme hace notar Celiano Monge, esa representación no es conseguida con el voto de sus compatriotas de aquí, sino por los “naturales y vecinos del Nuevo Reino y Provincias de Venezuela residentes en España”, de conformidad con un Decreto de la Junta de Sevilla.[4]
 Serán entonces las Cortes de Cádiz el escenario donde exhibe sus ideas avanzadas. Ideas llevadas desde su lejana patria, pero radicalizadas grandemente en esa ciudad, gracias a la efervescencia reinante y al mayor contacto con los principios revolucionarios que recorren la vieja Europa.

En las Cortes de Cádiz
                                                                                      
En ese nuevo escenario, y con mayor vigor, luchan también los partidarios de lo nuevo y los partidarios de lo caduco y decadente. Se llaman liberales y serviles, nombres que por expresivos, se internacionalizan prontamente y pasan al léxico político de una gran cantidad de países. Los liberales pugnan por abatir los privilegios feudales, mientras los serviles, ardorosamente, combaten por el mantenimiento del statu quo social. Batalla, por lo tanto, entre la aristocracia explotadora y la burguesía ansiosa de progreso.
El logro más sobresaliente de las Cortes de Cádiz, indudablemente, es la aprobación de la Constitución de 1812. Allí, en la retrasada monarquía española, se incorporan por primera vez importantes principios democráticos. Se dice, dando duro golpe al absolutismo y estableciendo la soberanía popular, que la nación no puede ser herencia de familia o persona alguna, que siendo libre y soberana, solo a ella le pertenece el derecho de sancionar las leyes fundamentales. Se instauran los tres clásicos poderes y se da carácter obligatorio a la enseñanza. Se otorga el derecho de sufragio a todos los españoles ─con excepción de los sirvientes domésticos, insolventes y criminales─ aunque se manifiesta que después de 1830, solo gozarán de él los ciudadanos que sepan leer y escribir. Se suprime la tortura, el apremio y la confiscación de la propiedad. Y, finalmente ─para no extendernos más─ se aprueban una serie de valiosos artículos referentes a la justicia, a la administración local y al ramo de las contribuciones.
Es claro que la carta  constitucional aprobada tiene limitaciones, lleva implícito un cierto compromiso entre las dos fuerzas antagónicas. El artículo atinente a la religión, donde se prohíbe el ejercicio de todas las otras y se proclama la católica como única, es una prueba fehaciente de lo dicho. El escritor reaccionario Marcelino Menéndez Pelayo reconoce que esta concesión se hace porque los liberales comprenden que “aún no estaba el fruto maduro” para suprimir de raíz la intolerancia religiosa.[5] Y debía ser así, pues los reaccionarios llegan hasta a proponer, por boca de un tal Inguanzo, que solo el católico sea considerado como español y goce de los derechos de tal.
De todas maneras, pese a lo expuesto, la Constitución de Cádiz no deja de ser un inmenso avance y una gran conquista de la primera revolución burguesa realizada en España. Por esos se convierte en fuente inspiradora de algunas cartas constitucionales propugnadas por varios movimientos revolucionarios europeos. Igual sucede en América. La Constitución dictada por el Congreso de Chilpancingo ─la Constitución de Morelos─ junto a las ideas francesas tiene también una cuota gaditana.
Esta Constitución lleva la firma de Mejía.
Pero no es solo esto. Para complementar lo estatuido en la Constitución y profundizar la revolución, los diputados aprueban otras leyes de singular trascendencia. No citaremos sino unas pocas conquistas alcanzadas, que Marx señala en su estudio sobre la revolución española:
“Abolieron la Inquisición. Suprimieron las jurisdicciones señoriales, con sus exclusivos, prohibitivos y privativos privilegios feudales, como los de caza, pesca, bosques, molinos, etc., excepto aquellos adquiridos mediante compra y que debían ser reembolsados. Abolieron los diezmos en todo el país, suspendieron las designaciones para toda clase de prebendas eclesiásticas innecesarias al cumplimiento de los servicios divinos y tomaron medidas para suprimir los monasterios y secuestrarles la propiedad.
Intentaron transformar los inmensos yermos, los cotos reales y dominios comunales, en propiedad privada, por la venta de la mitad de ellos para dedicarla a la extinción de la deuda pública, distribuyendo otra parte por sorteo, a los soldados desmovilizados de la guerra de la independencia y reservando una tercera parte para repartir lotes, gratuitamente también y mediante el azar al campesino pobre, ansioso de poseer, pero sin medios para ello “[6]
En este último punto, referente al problema de la tierra, se llega a otro compromiso, que impide una verdadera reforma agraria como piden los diputados más radicales. Los conservadores, con el apoyo de los representantes de la gran burguesía, consiguen que la ley del 6 de agosto de 1811 se limite a la supresión de los derechos señoriales.[7]
Las masas populares, a la par que riegan su sangre por la independencia de la patria, apoyan y aplauden fervientemente las reformas democráticas aprobadas. Cádiz, ciudad comercial, es centro de gran efervescencia revolucionaria, que ayuda y entusiasma a los diputados progresistas. Y entre ellos a Mejía, inmerso en el proceso revolucionario. Desde la tribuna y desde la prensa progresista ─como veremos luego─ combate sin vacilaciones por todo cuanto significa avance. El historiador Camilo Destruge dice: “la altitud de miras, los nobles y avanzados principios, las doctrinas absolutamente liberales, alentaban ese espíritu republicano”.[8]
Dijimos que la prensa es una de sus trincheras de combate. Efectivamente, dirige La Abeja Española junto con Bartolomé José Gallardo, llegando a ser la publicación más popular y aplaudida de la ciudad de Cádiz por la valentía e ingenio puestos en la defensa de las ideas más avanzadas. También se le atribuye la conducción del periódico La Triple Alianza ─aunque públicamente figura como director el escritor americano Alzaíbar de la Puente─ publicación perseguida y calificada de herética como se verá posteriormente. Colabora en otro titulado El Conciso, que al decir de Andrade Coello, es “verdadero órgano de revolución, estallido a la francesa”.[9] El Telégrafo de Méjico, impreso liberal de Juan López Cancelada, recibe así mismo sus colaboraciones.
Y, para afianzar mejor su lucha, milita asiduamente en las logias masónicas gaditanas como consta por testimonio del historiador Alcalá Galiano, contemporáneo de Mejía y diputado de las Cortes.
Se sabe que Mejía Lequerica ingresa a la masonería junto con Juan José Matheu y Herrera conde de Puñonrostro, su compañero de viaje a España en 1805. Este noble criollo contrae matrimonio en 1810 con María Felipa Cayetana Carondelet Castaños, sobrina del general Francisco Xavier Castaños, que introduce a los dos quiteños en las logias de la ciudad de Cádiz. Castaños es hombre de gran influjo político, ya que es uno de los principales jefes militares de la resistencia española a los invasores franceses.
¿Qué papel juega la masonería en España?
Según la mayoría de investigadores la masonería se introduce en España en la primera mitad del siglo XVIII, ganando adeptos, sobre todo, entre la nobleza y las clases influyentes. El primer Gran Maestre es nada menos que el famoso conde de Arana. Su tendencia política es únicamente reformista y sus miembros alcanzan notable poder durante el reinado de Carlos III. Algunas de las conocidas Sociedades Económicas son su cuerpo visible y organizaciones escogidas para su acción.
Pero esto cambia para la época en que nos encontramos. Las logias se radicalizan y se ligan al movimiento democrático. El escritor soviético Revsin apunta al respecto lo siguiente: “Los españoles fueron propulsores de los objetivos políticos de la masonería. Los liberales hispanos aprovecharon por primera vez a las logias masónicas para luchar contra el absolutismo monárquico. Las luchas políticas de los masones españoles llegaron a ser escuela para los carbonarios y el “Tugenbund”, así como para las organizaciones militares secretas de los decembristas rusos.[10]
Podríamos añadir que también son escuela para los dirigentes de la independencia americana y para los liberales de las naciones surgidas de la gesta.

Combate contra el oscurantismo y la intolerancia
Todos están de acuerdo que dos son los principales combates librados por Mejía en las Cortes de Cádiz: los que se refieren a la abolición del Tribunal de la Inquisición y al establecimiento de la libertad de prensa. Por esto, trataremos de estos asuntos primeramente.
Abolición de la Inquisición
El clero es todopoderoso en el Imperio Español. Unido íntimamente a la monarquía tiene control sobre todos los aspectos de la vida española. Nada ni nadie, puede escapar a su ojo avizor. Su doctrina fundamental, la Teología, subordinando a todas las ciencias, se ha convertido en la ideología indiscutida del sistema feudal.
Su poderío social y político está cimentado y protegido por su imponderable poder económico. “Aunque sería difícil evaluar exactamente la riqueza de la Iglesia española en el siglo XVIII ─dice el historiador Vicens Vives─ es indudable que la cuantía de las propiedades y rentas era elevadísima. Los recursos provenían de las tierras y demás bienes inmobiliarios, así como de los diezmos y primicias, de los ingresos que dimanaban de la función parroquial (misas, entierros, funciones religiosas) y también de las limosnas para el sostenimiento de las órdenes mendicantes y todas las demás donaciones para el culto divino. Las propiedades territoriales y bienes –fundos de la Iglesia española- no habían cesado de aumentar desde la Edad media, a pesar de la oposición de los Gobiernos y de las Cortes.[11]
 Respecto a los bienes territoriales, precisando, otro historiador añade: “ A tal punto ascendieron las adquisiciones de la Iglesia que, según exponía en su petición el señor Carrasco, Fiscal del Consejo de Hacienda en 1764, confirmando el aserto con cifras auténticas y estadísticas oficiales, el clero poseía la tercera parte del territorio español”.[12]
Con tanta riqueza, no es de extrañar que el Clero sea excesivamente numeroso, pero por esto mismo ─por ser manos muertas─ no dejan de constituir una inmensa carga para la nación. El conde de Toreno ─otro diputado de Cádiz─ afirma que antes de 1808 se computaban “2.051 casas de religiosos y 1.075  de religiosas, ascendiendo el número de individuos de ambos sexos, inclusos legos, donados, criados y dependientes, a 92.727”.[13] ¡Todo un verdadero ejército!
Y el brazo represivo de este clero todopoderoso, el instrumento creado para proteger con la tortura y la muerte de sus contrarios los intereses de la Iglesia, es el terrible Tribunal del Santo Oficio.
Por esta razón, como es de suponer, todos los hombres de pensamiento avanzado que integran las Cortes son partidarios de su supresión, tal como se pronuncia la mayoría de la comisión nombrada para dictaminar sobre este particular. La discusión a que da lugar el dictamen emitido es por demás acalorado, ya que los representantes de la reacción combaten con furor por su mantenimiento, imprescindible según ellos para la defensa de la religión. Y es aquí, en esta controversia, donde fulgura el talento de Mejía.
Nuestro diputado, mediante la exposición de sólidos e irrebatibles argumentos, logra demostrar la inconveniencia de la conservación de ese aparato de castigo, con cuyo auxilio, la clerecía y la realeza sofrenan todo asomo de rebeldía, todo criterio considerado como herético, sin respetar siquiera a preclaros pensadores o destacados hombres públicos, aunque sean de la talla de Campomanes, Olavide o Macanaz. Logra demostrar con una serie de pruebas de carácter histórico y jurídico, inclusive valiéndose con gran inteligencia de razones históricas, que la Inquisición es enemiga de la libertad de los pueblos, adversaria de toda clase de ilustración y luces. Y logra demostrar, para no extendernos más, que es incompatible con la misma Constitución aprobada por las Cortes.
La Revista de Quito dirigida por Manuel J. Calle, en 1898, publica íntegros por primera vez en el Ecuador los discursos de Mejía relativos a la Inquisición, pese a que eran conocidos por constar en la edición hecha en España del Diario de Sesiones de las Cortes, pero que aquí era difícil hacerlo antes de la Revolución Liberal por el dominio de la clerecía.
Veamos, siquiera sea para muestra, algunos de sus pasajes:
La dureza con que se ha procedido ─dice refiriéndose a sus abusos─ y las venganzas atroces de los muchos sectarios que ha habido y que han hecho sentir sobre los católicos sus represalias, y lo que por todo esto la humanidad ha padecido, es tan horrible que no lo presentaré a los ojos de V. M.; sólo diré que no son noticias exageradas y desfiguradas por los desafectos a la Inquisición, sino verdaderas y reconocidas por los escritores más católicos. Véanse los grandes trastornos y ruinas espantosas que se han seguido en todas las naciones por querer confundir el imperio temporal con el espiritual: sistema que se ha adoptado aún en épocas posteriores y ha sido siguiendo los pasos de la Inquisición.
¿Y qué hizo Felipe II con romanos ─expresa haciendo alusión al contubernio del Santo Oficio y la monarquía─ irritado contra los que no opinaron por su derecho a la corona de Portugal? Valerse del mismo Tribuna, perseguirlos como herejes por su medio, hasta llegar al exceso de permitir que como tales fuesen arrojados al mar por la cueva de San Julián más de dos mil eclesiásticos, seculares y religiosos. ¿Y cuál era la herejía de esos infelices? No otra cosa que haber opinado contra los derechos de Felipe a la corona de Portugal.[14]
Menéndez Pelayo afirma que los discursos de Argüelles y Toreno sobre este tema fueron muy pobres en argumentación, vacíos de saber canónico y errados en la historia del Santo Tribunal. En cambio, dice que el del “regalista” Mejía fue “el más docto, ameno, fluido y mal intencionado, que se pronunció por los liberales en aquella ocasión”.[15]
Acordada la abolición de la Inquisición, el júbilo es general en los sectores avanzados del pueblo  y de la burguesía. El Redactor General publica este soneto a manera de epitafio:
                                   Yace aquí, para siempre, caminantes,     la negra Inquisición, con que, inclementes,     quemaron a millones de inocentes     millones de inhumanos “Manducantes”!     La que déspotas viles e intrigantes     sirvió sumisa; la que a mil prudentes     hizo temer; la que quemó creyentes     e hizo temblar a sabios e ignorantes.     Los políticos y Reyes la sufrieron,     los pueblos menos bárbaros la odiaron,     los Marqueses más tontos la aplaudieron.     Los serviles más necios la aclamaron,     los sabios, con razón, la aborrecieron,     y aquí los liberales la enterraron.[16]
El clero tampoco se queda callado. Al contrario, poseído de furia, eleva el grito a los cielos y ocasiona un sinnúmero de escándalos. Los obispos se movilizan y emprenden la cruzada restauradora, cuyo jefe es, aunque no se crea, el representante diplomático de Roma. Al respecto, denuncia el conde de Toreno: “Alma y centro de tan escandalosos manejos el nuncio de su santidad, no se contentó con la nota que de un modo irregular… había pasado a la regencia en 5 de marzo, sino que con la misma fecha escribió igualmente al obispo de Jaén y a los cabildos de Málaga y Granada exhortándolos a formar causa común con el clero de España, y a oponerse al manifiesto y decretos de las cortes sobre la abolición del santo oficio”.[17] Tan anómala es su conducta, que se tiene que recurrir a una medida extrema: su extrañamiento de España.
Libertad de prensa
No hay para qué decir que la libertad de imprenta ─que implica libertad de pensamientos─ es objetivo primordial de lucha de la burguesía revolucionaria, pues está conciente de que su amordazamiento sirve a la reacción como arma poderosa de dominio. Los liberales de las Cortes de Cádiz no dejan de aprovechar la ocasión para imponerla.
A poco tiempo de instaladas las Cortes, el diputado Agustín Argüelles ─jefe de los representantes liberales españoles─ propone, en elocuente discurso, que se implante en España, argumentando que ella es el origen de la luz que alumbra Europa.
Mejía le apoya inmediatamente y pide que sea establecida con la mayor amplitud y sin ninguna censura, como consta de su bella alocución de 15 de octubre de 1810, que por su importancia es publicada en hojas volantes repartidas en la ciudad de Cádiz.
He aquí sus palabras:
“(…) si la esclavitud no es más que la dependencia del arbitrio de otro, si la libertad no sufre más yugo que el de la Ley, defender la acostumbrada censura previa de los libros que han de imprimirse, es constituirse abogado de la esclavitud de la imprenta, es que los autores sean esclavos de los que mandan. Sin acordarse de que los mandones mismos son frecuentemente esclavos de las más bajas pasiones. Luego, sería menos malo, valdría más que en vez de conservar las cadenas de dicha previa censura, se prohibiese absolutamente escribir, y aun hablar, sobre toda materia; porque al fin el ciudadano ilustrado y franco no sería miserable juguete de un censor, de un juez ignorante y artero, pues no habría hombre tan imprudente que rehusare pasar por mudo a trueque de no exponerse a que le arranquen la lengua”.[18]
Desgraciadamente no se consigue totalmente lo que Mejía propugna. Los serviles contraatacan furiosamente argumentando que la libertad de prensa es contraria a la religión católica y que por tanto no puede ser establecida, obteniendo que los liberales retrocedan y lleguen a otro compromiso: abolición de toda traba y censura para todos los escritos de carácter político, pero subsistiendo para aquéllos de índole religiosa, que quedaban sujetos a las autoridades eclesiásticas de conformidad con las disposiciones del Concilio de Trento. Menéndez Pelayo califica de cautela la concesión liberal, añadiendo que sólo Mejía ─“volteriano de pura sangre” le llama─ se atreve a sostener la necesidad de la ampliación de esa libertad, ya que, como más tarde dirá Marx, ella queda reducida a la mitad.[19]
Otros debates suscitados en las Cortes dan oportunidad a Mejía para seguir batallando a favor de tan preciada libertad. Aquí solo nos referiremos a una de sus intervenciones ─quizás la más notable─  relacionada con un artículo aparecido en el periódico La Triple Alianza.
Menéndez Pelayo dice:
“La Triple Alianza, en cuyo número segundo, tras de hablar de la superstición con que se había embadurnado la obra más divina, se desemboza hasta atacar de frente el dogma de la inmortalidad del alma, fruto amargo de las falsas ideas de la niñez y del triunfo de la religión. “La muerte (añadía) no es más que un fenómeno necesario de la naturaleza”. Aparatos lúgubres inventados por la ignorancia para aumentar las desdichas del género humano, llamaba a los sufragios por los difuntos”.[20]
Esto causa pavor a los representantes de las Cortes. Un diputado Quintana ─no el poeta─ lo denuncia como herético y otros piden que el periódico sea quemado por la mano del verdugo. Los liberales guardan el más profundo silencio. Sólo Mejía, demostrando su temple, se atreve a defender el escrito, haciendo suyas las ideas allí expuestas y calificando de ignorantes a sus impugnadores. Manifiesta que “las Cortes no habían jurado ni la hipocresía ni la superstición, y que el autor del papel tenía mucha más religión en el alma que otros en los labios”.[21]
La grita y el escándalo, empero, no conducen a la ansiada condena. El clamor y protesta del pueblo presente en las galerías impide que tal cosa suceda.

Ideario político  y económico
Las dos batallas que dejamos narradas a grandes rasgos, como se dijo, no son sino las más conocidas e importantes. Pero Mejía no se limita a ellas. Toda conquista progresista que se consigue en Cádiz, toda defensa de los principios democráticos y de avanzada, están ligados a su nombre. Y esto en los más variados aspectos, tales como los siguientes por ejemplo: doctrinas políticas y sociales, temas de naturaleza económica y problemas referentes a los pueblos americanos.
Principios políticos y sociales
Siendo como es Mejía un avanzado representante del liberalismo, es forzoso que en sus intervenciones exponga las doctrinas de los más altos pensadores de esa ideología, expresados, como es de suponer, con la circunspección y tino que las circunstancias de la atrasada monarquía española imponen.
Ya se señaló, al hablar de la Constitución, que se incorporaba allí el principio de la soberanía popular y se daba un duro golpe al absolutismo de los reyes. Mejía, basándose en la teoría del pacto social de Rousseau ─que aunque no científica juega un papel revolucionario por ser contraria al derecho divino de los reyes─ expresa así tales conceptos:
“¿Y quién ignora que, siendo todos iguales, pues constan de iguales principios, las respectivas necesidades e insuficientes recursos de cada uno, les inspiraron a muchos la idea de unirse y de oponer a sus comunes enemigos y males, la conjunta fuerza e industria de todos; conviniéndose para reconcentrarlas y darles actividad y energía, en depositar en una o pocas personas el saludable ejercicio del poder y derechos populares, conforme a los pactos y reglas que voluntariamente establecieron?… Tal es el origen de la Sociedad. En la tierra y entre los escarmentados hombres nació: Jamás han llovido reyes del cielo; y es propio solo de los oscuros y aborrecibles tiranos de esas negras y ensangrentadas aves de rapiña, el volar a esconderse entre las pardas nubes, buscando sacrílegamente en el trono del Altísimo los reyes desoladores del despotismo en que transforman su precaria y ceñidísima autoridad, toda destinada, en su establecimiento y fin, a la felicidad general”.[22]
Y hasta cita, para dar mayor peso a su argumentación, una serie de preceptos constantes en los viejos Fueros españoles que coartan el poder absoluto de los reyes, coartación o limitación de atribuciones nacidas de la debilidad de las primeras monarquías pero, como dice Marx, siempre causaron terror a los soberanos españoles. Ahora, interpretados a la luz de la Revolución Francesa, son aprovechados con esa misma finalidad.
Cuando se discute un Reglamento para el Consejo de Regencia ─21 de diciembre de 1810─ sustenta la teoría de Montesquieu sobre la naturaleza e independencia de los tres poderes que, como se sabe, es incorporada a todas las Constituciones liberales. Luego, en la sesión del 18 de Febrero de 1811, defiende los principios básicos de igualdad ante la ley y libertad individual, que constan en la Declaración de los Derechos del Hombre. Se pronuncia, en fin, entre otras proposiciones progresistas, por la eliminación de la tortura, la inviolabilidad de la correspondencia y por la consideración del matrimonio como contrato civil, concepción esta última que solo es asimilada a nuestro acervo jurídico por la revolución liberal de 1895, después de una enconada lucha con la clerecía.
En otra ocasión, demostrando su fe en la fuerza del pueblo, defiende con vehemencia sus derechos ─los derechos de la plebe como despectivamente se dice en ese entonces─ pues según su criterio, de la entraña popular emana todo germen positivo y en ella se encierra el secreto de la salvación de las naciones, viendo allí por consiguiente el venero de la pujanza demostrada por España que, invadida y ensangrentada, se yergue indomable ante la adversidad. “Desaparezcan de una vez ─dice─  estas odiosas expresiones de pueblo bajoplebe, y canalla. Este pueblo bajo, esta plebe, esta canalla, es la que libertará España, si se liberta”.[23]
Ante la estupefacción de sus compañeros exhorta para que no se tema a las revoluciones, condenadas como el peor de los males, en la propaganda clerical y ultramontana. Al respecto manifiesta: “Se habla de revolución, y que eso se debe rechazar. Yo siento, no que haya de haber revolución, sino que no la haya habido. Las palabras revoluciónfilosofíalibertad e independencia, son de un mismo carácter; palabras que, los que no las conocen, las miran como aves de mal agüero… Pero los que tienen ojos, miran y juzgan. Yo, juzgando, digo que es un dolor que no haya en España revolución”.[24] Aquí se le interrumpe y no se lo deja continuar.
Una prueba más de su osadía. Cuando interviene para condenar la Inquisición ─tema que ya tratamos─ se refiere a una materia espinosa y vedada en la católica España: la superioridad de la autoridad civil sobre la religiosa: “la autoridad suprema civil ─expresa─ es libre e independiente, sea cual fuere su forma de gobierno político; y que todo lo que sea de la potestad temporal, no tiene nada que ver con el Romano  Pontífice, el cual es cabeza de la iglesia; y no es Señor, de los Señoríos de los Reyes”.[25]
Tiene razón el historiador Destruge cuando hace notar ─para enaltecer su pensamiento─ que esta doctrina política del derecho moderno triunfa también tardíamente en nuestra patria. Esto es, con la revolución liberal. Recuérdese que el presidente Cordero ─1894─ todavía sostiene la doctrina contraria. Afirma que los intereses de la Iglesia están por encima de los del Estado.
Cuestiones de carácter económico
Mejía es nombrado miembro de la Comisión Especial de Hacienda, donde pronto se distingue como profundo conocedor de los más intrincados problemas económicos, que son analizados y resueltos por él, naturalmente, desde el punto de vista de los economistas liberales, a los que ha leído con toda atención. Adam Smith, el autor de La riqueza de las naciones, es uno de ellos. La Inquisición, en 1790, había prohibido su obra.
Su visión económica, por tanto, está enderezada sobre todo al derrumbamiento de las trabas y rezagos feudales existentes que obstaculizan el progreso de los pueblos del Imperio Español.
Así, para el pago de la Deuda Nacional presenta un plan en el que, entre otros arbitrios, el Estado podría aprovechar del noveno decimalexcusadoanualidades eclesiásticasespolios y vacantes, que lesionan los privilegios del prepotente Clero.  Y cuando las Cortes resuelven que los arbitrios mencionados sean utilizados en otro proyecto económico, nuevamente propone otras medidas, entre las cuales constan las rentas destinadas al boato de ciertas Órdenes Militares ─Montesa, Calatrava, Alcántara y Santiago─ el sobrante de los bienes de los conventos administrados por el Gobierno y los bienes de la Inquisición. Todo esto, “conquistándose odios, indiferencias y venganzas” de clérigos y reaccionarios, como afirma su biógrafo Neptalí Zúñiga.[26]
Asesta otro golpe al feudalismo cuando contribuye con su ardorosa condena para la supresión de los señoríos, institución medieval que implica el vasallaje sobre los pueblos y campesinos de una determinada circunscripción territorial, es decir, su sometimiento al arbitrio del señor feudal. “Los derechos señoriales consistían en la percepción de una serie de tributos pecuniarios o en especie, en el nombramiento de corregidores y bailes para el gobierno y la administración de la justicia en los pueblos bajo su tutela”.[27] Entre esos tributos y privilegios es de señalar la partición de los frutos de los arrendatarios o enfiteutas, las corveas o trabajos gratuitos, las tasas por el paso de ganados por el dominio y los derechos por la utilización obligatoria del molino, horno o lagar de los señores. Y no son solo estos, sino muchos otros, que doblegan con su pesada carga a labradores y villanos. Felizmente, la ley de 6 de agosto de 1811,  acaba con esta inicua fuente de explotación, a la par que traba para el progreso de la economía nacional.
Mejía, como la mayoría de los liberales de su época, es partidario de la libertad de comercio que, según las teorías de los principales economistas de la burguesía, se encuentra allí el secreto de la prosperidad de las naciones. Los fisiócratas dicen que el librecambio es la auténtica libertad. Y Adam Smith, tan de boga en ese entonces, es uno de sus más entusiastas propugnadores.
La libertad de comercio, significa para ellos, un intercambio comercial sin impedimentos entre todos los países. Puertos abiertos. Ninguna prohibición para la entrada de toda clase de mercancías. Aranceles bajos. Supresión de las barreras y leyes restrictivas que obstaculicen las transacciones mercantiles, en suma.
Nuestro representante en Cádiz considera este problema desde el punto de vista de las colonias americanas, cuyo comercio se halla bajo el control metropolitano, no obstante las reformas introducidas por Carlos III y Carlos IV. Ese control y las diferentes trabas que todavía subsisten son objeto de la impugnación de la burguesía preponderantemente comercial de los pueblos de este continente, a excepción, claro está, de los comerciantes asociados o dependientes de las casas y monopolios de España. Y en el caso particular del Ecuador, el asunto no difiere.
Véanse estos escollos para el comercio del cacao, principal producto de exportación de la Real Audiencia de Quito:
1º Las ventas de este producto al Virreinato de Nueva España son obstaculizadas con prohibiciones temporales o la fijación de cuotas y número de viajes anuales, con el objeto de favorecer el comercio del cacao venezolano, medidas que ocasionan bruscas bajas en el volumen y precio del guayaquileño, para evitar lo cual, muchos comerciantes, tienen que recurrir al contrabando.
2º Las ventas a la Metrópoli están entrabadas por tener que hacerse por intermedio del puerto peruano del Callao donde son objeto de fuertes imposiciones.
3º Hay también frecuentes subidas de impuestos y derechos aduaneros según sean las necesidades financieras del reino.
Todo esto inclina a la burguesía comercial a pronunciarse por la libertad de comercio. Hamerly dice a este respecto:
Al constatar los frutos del libre comercio dentro del imperio y el ocasional con contrabandistas extranjeros o con naves neutrales de permiso, la costa buscó la abolición de todos los impuestos de cacao dentro del imperio y el libre comercio con todos los países… En 1804 y nuevamente en 1810, el cabildo de Guayaquil se opuso sin éxito a dos nuevos impuestos sobre el cacao establecido en Nueva España, el segundo de los cuales era un recargo de 2 pesos por carga y 3 pesos pro fanega… En 1813 el cabildo elevó una petición a Lima y a las Cortes de Cádiz para que se liberase al cacao por no menos de 25 años, de todo derecho sobre el comercio intercolonial y se permitiese su comercio directo con otras naciones.[28]
Y el comercio de mercaderías extranjeras, cuando estas no llegan por los caminos recónditos pero extendidos del contrabando, sus precios resultan fabulosos, pues son impuestos por los monopolios peninsulares, a través de los cuales llegan casi siempre.
Por estas razones, cuando Guayaquil se proclama independiente en 1820, lo primero que hace es decretar la libertad de comercio.
Finalmente, combate y consigue la supresión de algunos estancos ─alcohol, tabaco, sal, etc. ─ que así mismo constituye una de las reivindicaciones económicas del liberalismo de ese tiempo.
Problemas americanos
El problema americano más palpitante es el que concierne a la trágica situación del indio, sometido y explotado por instituciones inhumanas, que hacen de su vida suma y pendón del sufrimiento.
Y es un indio, Dionisio Inca Yupanqui ─vástago de los antiguos Hijos del Sol─  el que plantea en las Cortes de manera general, el gran drama de su raza.
“Señor ─dice─ la justicia divina protege a los humildes, y me atrevo a asegurar a V. M., sin hallarme ilustrado por el espíritu de Dios, que no acertará a dar un paso seguro en la libertad de la patria, mientras no se ocupe con todo esmero y diligencia en llenar sus obligaciones con las Américas.  V. M. no las conoce. La mayor parte de sus diputados y de la Nación apenas tienen noticias de este dilatado continente. Los gobiernos anteriores le han considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas de este precioso metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse… sacuda V. M. apresuradamente las envejecidas y odiosas rutinas, y bien penetrado de que nuestras presentes calamidades son el resultado de tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su seno la antorcha luminosa de la sabiduría ni se prive del ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V. M. toca con las manos esta terrible verdad”.[29]
La última frase ─un pueblo que oprime a otro no puede ser libre─ por la “terrible verdad” que encierra como afirma Yupanqui, más tarde es incorporada al marxismo como principio clave de la cuestión nacional.
Entonces, a suprimir siquiera en parte el oprobio y las cargas que soporta el indígena, se encamina la acción de los liberales americanos de las Cortes, con el concurso invalorable de Mejía. Y gracias a su lucha tesonera, aunque no todo lo que es necesario para erradicar la injusticia, se logra conseguir importantes conquistas.
La mita, esa terrible institución responsable de la tortura y muerte de millares de indios, es abolida. Aquí descuella la intervención de otro diputado ecuatoriano: José Joaquín Olmedo, el futuro cantor de la victoria de Junín. Su discurso ─tan conocido entre nosotros─ sabe pintar con patetismo sus dolores, la enorme iniquidad que su existencia entraña.
Otro azote del indio, el tributo, también desaparece. Mejía es uno de los diputados que lucha por su extinción, convirtiéndose así en el primer ecuatoriano que se pronuncia contra esta onerosa contribución que, desgraciadamente, será luego restaurada. Durante un largo período republicano, con esta carga, se pondría sobre las espaldas de la masa india el peso de los gastos oficiales.
Los repartimientos, compra obligada de mercaderías por parte de los indios, es una de las taras coloniales que ya había sido suprimida. Empero, el virrey de Nueva España propone su restablecimiento para retribuir con esta prebenda a los recaudadores de los tributos abolidos a manera de indemnización, proposición que combate Mejía mostrando la injusticia de esa práctica. Mediante ella ─dice─ se impone a los indios que viven en medio de la miseria, la adquisición de objetos inservibles para ellos: barajas, centenares de anteojos y breviarios para los analfabetos… Afirma que el “nombre de repartimientos hace temblar a las Américas” y exhorta a que no se permita su reposición, “porque V. M. que se ha dignado remediar las vejaciones, no querrá destruir con una mano lo que ha levantado con la otra”.[30]
Y cuando en la sesión del 13 de agosto de 1812, se trata de un pedido de los procuradores de Trujillo para que sea abolida la pena de azotes y cárcel que aún subsiste para el indio que no asiste a la doctrina, Mejía, haciéndose eco de la denuncia, manifiesta: “Yo creo que si no hay oposición por parte de algún señor diputado, que contemplo no debe haberla, se debe resolver este punto inmediatamente; porque no empleándose este castigo con los españoles europeos, ni con sus hijos, ni con las demás castas, tampoco debe emplearse con los indios”.[31]
Esta pues, resumida, la posición de Mejía en relación al problema indígena. Posición que le coloca, con honor, en la gallarda galería de los defensores del indio.
La esclavitud negra, la trata de esclavos y la discriminación para sus descendientes libres ─las llamadas castas─ son estigmas coloniales fuertemente arraigados en América.
El liberalismo de las Cortes de Cádiz no está aún preparado para erradicar el mal de raíz y abolir la esclavitud. A ello se opone tanto los poderosos  intereses de los esclavistas americanos como el injustificado temor a una subversión social. El mismo Mejía es mesurado en este asunto, pues piensa que es un negocio que requiere mucha meditación, pulso y tino, porque libertar de una vez una inmensa multitud de esclavos, a más de arruinar a sus dueños, podría traer desgraciadas consecuencias al estado”.[32]
Pero en cambio, cuando se trata de la supresión del comercio de esclavos, es terminante:
“Impedir la nueva introducción de ellos ─dice─ es cosa urgentísima. Yo no haré más que apuntar dos razones. Primera: hay muchas provincias en América cuya existencia es precaria, por los muchos esclavos que con nuevas introducciones se aumentan a un número indefinido. Segunda: hay una ley en Inglaterra que prohíbe el comercio de negros en todos los dominios de su majestad británica, a quien se le ha encargado por el parlamento que en todos los tratados que se hagan con las demás potencias, las induzca a lo mismo… ¿Aguardamos a que nuestros aliados nos lo vengan a enseñar y exigir?… Sólo el empeño de sostener la propia fortuna, reduciendo a la clase de bestias a millones de hombres, pudiera hallar nociva esta proposición; pero por eso mismo debe V. M. darse prisa a sancionarla”.[33]
Respecto a los derechos de los descendientes de esclavos las Cortes son por demás mezquinas. Apenas se logra, con el apoyo de Mejía, a que puedan obtener grados literarios y ser admitidos en las órdenes monásticas. Para ese exiguo resultado juegan un papel determinante el racismo y los prejuicios tan enraizados en los altos estratos coloniales.  El conde de Toreno cuenta como algunos diputados americanos se esponjan y protestan al oír hablar de la concesión de la ciudadanía para ellos.  Hasta Larrazábal ─un representante del bajo clero y que no es precisamente un reaccionario─ piensa que se debe dejar “a aquellas castas en el estado en que se hallan, sin privarlas de la voz activa… ni quererlas elevar a más alta jerarquía, pues conocen que su esfera no los ha colocado en el estado de aspirar a los puestos distinguidos”.[34]
La igualdad de representación de los americanos en las Cortes es tema que ocasiona debate por la oposición de los diputados españoles, unidos en esta ocasión, liberales y serviles. A las Cortes de Cádiz asisten 63 representantes de América, que según Ramón Solís, significa el 21 por ciento del total.[35] Representación minúscula, como se ve.
Es justa pues, y democrática, la aspiración de nuestros diputados.
Y en defensa de esta tesis, Mejía brilla nuevamente, esgrimiendo argumentos de peso y elevando la controversia a gran altura. Manifiesta, que si la base para la elección de representantes es la población y la extensión territorial, América tiene pleno derecho para la igualdad solicitada. Dice que las recientes insurrecciones de los pueblos americanos son efectos de la desigualdad. Que se apague ese fuego ─dice─ con el rocío de la justicia.
El egoísmo se impone y nuestros representantes son derrotados. Las Cortes otorgan dos diputados por cada provincia española y solo uno por las americanas.
Finalmente, como es obvio, tiene como meta la consecución de la independencia de los países del Nuevo Mundo, por cuya causa combate con el talento y la circunspección que las circunstancias requieren. La protesta por los  asesinatos del 2 de Agosto de 1810, la defensa de los patriotas venezolanos presos y la justificación del Grito de Dolores lanzado por el cura Hidalgo, son episodios de su lucha por la emancipación americana. Todo esto, como acabamos de decir, con suma prudencia y cautela, disfrazando muchas veces su verdadero pensamiento, pues que actúa en una asamblea con una abrumadora mayoría española y contraria a todo intento separatista. En este punto, obedeciendo a los intereses de su burguesía, casi todos los diputados liberales de la península, son contrarios a nuestra libertad.
El derrumbe de las Cortes
Mejía fallece el 27 de octubre de 1813 víctima de una epidemia que azota a la ciudad de Cádiz. Su compañero de diputación, el poeta Olmedo, escribe su epitafio. Muere defendiendo los principios democráticos ─como se dice allí─ “con la firmeza de la virtud, con las armas del ingenio y la dignidad de un hombre libre”.[36]
Y su muerte misma constituye el último acto de esta defensa. Sabiendo que la salida de las Cortes de la ciudad liberal de Cádiz significa su derrota, no obstante el peligro, se opone con tenacidad a una decisión de esa naturaleza. Mejía ─dice Leopoldo Benites Vinueza─ quien veía que si las Cortes dejaban Cádiz terminaría su obra aplastada por la reacción, abogó, con su autoridad de médico, para evitar el traslado de las mismas que se había propuesto en vista de la epidemia de fiebre amarilla que hacía copiosas cosechas de muerte”.[37]
Esta muerte prematura, ofrendada en aras de la democracia, le impide ver el derrumbe de toda la obra progresista de las Cortes de Cádiz. Ver, el derrumbe de su propia obra.
La historia es triste, a la par que repugnante.
Cuando vuelve ese rey canalla, Fernando VII ─que el pueblo español había idealizado equivocadamente─ de inmediato, en connubio con las más negras fuerzas de la reacción, comienza la tarea destructiva de todo lo avanzado conseguido durante su ausencia, esto es, mientras él se arrastraba abyectamente a los pies de Napoleón. ¡Vivan las cadenas! Gritan sus áulicos en las plazas y calles. Y en “la Corte del Deseado, los cortesanos que vestían sotana se convertían en Celestinas. Sus agentes andaban por toda España buscando concubinas dignas del Rey”.[38]
El golpe principal se da contra la Constitución democrática de 1812, contra la cual, desde su misma promulgación, se había desatado una feroz ofensiva por parte de clérigos y ultramontanos, que la califican como obra de Satanás para fomentar el fanatismo de las masas.  Una vez abolida esta ley máxima, le siguen todas aquellas otras encaminadas a la desaparición de las instituciones feudales y disminución de los privilegios del clero y la nobleza que, cabalmente, encabezan la rebelión. No queda nada de la obra legislativa de Cádiz.
La Santa Inquisición, ese cruel instrumento de tortura del fraile Torquemada que según Llorente había quemado vivas a 34.628 personas en 327 años de existencia, es nuevamente restablecida. Y los jesuitas, expulsados por Carlos III, vuelven entre aplausos para servir a la Monarquía.
Al lado de esto, se organiza una inhumana y sistemática persecución  contra los liberales, en especial, contra los diputados de las Cortes de Cádiz. Los hermanos Argüelles. Los poetas Quintana y Martínez de la Rosa, junto con otros que se habían distinguido por sus ideas democráticas, son arrojados en los subterráneos de la Inquisición. Los frailes dominicos establecen una verdadera cacería de brujas y recorren las casas en busca de los perseguidos. Los que pueden se salvan cruzando las fronteras de la patria.
El cielo de Madrid y otras ciudades se oscurece con el humo de las piras de libros progresistas arrojados al fuego. Los impresos salidos de las Cortes son objeto de particular preocupación. “Reunieron ─dice Marx─ todos cuantos Diarios de Sesiones y manifiestos liberales pudieron, formando luego una procesión, en la cual las cofradías religiosas y el clero regular y seglar, tomó la dirección, amontonaron estos papeles en una plaza pública y los quemaron allí, como ejecutando un auto de fe político, después de lo cual se celebró una misa solemne para entonar un Te Deum en acción de gracias por su triunfo”.[39]
Empero, como de estas quemas se libran muchos libros, periódicos y más impresos, la Iglesia y la Inquisición se encargan de enmendar estas fallas prohibiendo y recogiendo en paulatinos decretos y durante varios años, todo aquello que se les había ido de las manos. Siempre, de preferencia, la producción de las Cortes y todo lo relacionado con ellas.
Así, se prohíbe y manda a recoger todos esos pequeños catecismos que habían circulado en Cádiz, explicando los principios liberales. Todos los impresos de apología a las Cortes y contrarios a la Inquisición. Todos los dictámenes y leyes de las Cortes opuestos a los intereses clericales.  Todos los periódicos y revistas progresistas. Y hasta los discursos publicados de algunos diputados liberales.
Evidentemente, la obra de Mejía no podía escapar a esa tenaz persecución.  En el Catálogo o Resumen Histórico de prohibición de Libros, incluido en el quinto tomo de la Biblioteca de Religión, constan las disposiciones siguientes:
─ “Dictamen y proyecto de ley sobre reforma de los Regulares”.  Prohibido por decreto de 6 de Setiembre de 1824 de la Congregación del Índice.
Mejía es miembro de la Comisión que aprueba el dictamen y proyecto de ley que se prohíbe.
─ “La Abeja Española”. Prohibido por Edicto de la Inquisición de 25 de Julio de 1815.
Mejía dirige este periódico.
─ “El Conciso”. Prohibido por el mismo Edicto indicado.
Mejía colabora en este periódico.
─ “Discurso del diputado de Cortes extraordinarias don José Mejía sobre la libertad de imprenta”. Prohibido por el mismo Edicto.
─ “Discurso del proyecto de decreto sobre el Tribunal de la Inquisición”. Imprenta Nacional, Cádiz 1813. Prohibido por el Edicto referido.
Según Menéndez Pelayo, en este libro de 694 páginas, está todo lo referente a la Inquisición en los tomos XVI y XVII del “Diario de las Cortes”, lo que significa que allí está la célebre intervención de Mejía.
─ “La Triple Alianza”. El número dos de este periódico, es decir el que contiene el artículo objeto de la enconada discusión en las Cortes a que antes nos referimos, es prohibido por Edicto de la Inquisición de 2 de marzo de 1817 “por contener proposiciones temerarias, escandalosas, sapientes haeresim y heréticas”.[40]
Se supone, al parecer de algunos autores, que ese artículo es escrito por Mejía.
Se ve, pues, como el humilde diputado americano que convierte la tribuna de las Cortes en roja barricada de combate por las ideas democráticas, es perseguido después de muerto. Así como se arroja su cadáver en la fosa común en 1814 para que se pierdan sus cenizas, así también, se quiere que sus principios avanzados sean olvidados para siempre.
Pero, para desesperación de sus enemigos, las ideas, cuando son generosas y persiguen la justicia y la felicidad de los pueblos, no desaparecen.
Por eso, las de Mejía, nacidas en una época de plena intolerancia, poco a poco se han ido imponiendo y adentrándose en el corazón de los ecuatorianos. Y cada día su fulgor será más grande.
Que las líneas que dejamos escritas contribuyan a ensanchar su nombradía, es nuestro deseo más ferviente.
[1] Julio Tobar Donoso, Desarrollo Constitucional de la república del Ecuador, segunda edición aumentada, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1936, p. 5.
[2] Pablo Herrera, Antología de prosistas ecuatorianos, t. II, Imprenta del Gobierno, Quito, 1896, p. 42
[3] Alfredo Flores Caamaño, Expedientes y otros datos inéditos acerca del Doctor José Mejía del Valle Lequerica, Editorial Santo Domingo, Quito, 1943, p. 72.
[4] Celiano Monge, Relieves, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1936, p. 89.
[5] Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, t. IV, Editorial Glem, Buenos Aires, 1946, p. 121.
[6] Carlos Marx, Federico Engels, La revolución en España, Editorial Páginas, La Habana, 1942, p. 46-47.
[7] G. Revsin, Riego, héroe de España, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1946, p. 147.
[8] Camilo Destruge,Ddiscursos de Don José Mejía en las Cortes españolas de 1810 -13. Con un protocolo histórico por Camilo Destruge, Tip. “El Vigilante”, Guayaquil, 1909, p. V.
[9] Alejandro Andrade Coello, Maldonado, Mejía, Montalvo… tres motivos nacionales, Imp. y Encuadernación Nacionales, Quito, 1911, p. 23.
[10] G. Revsin, op. cit., pp. 170-172.
[11] J. Vicens Vives, Historia de España y de América, Dirigida por J. Vicens Vives, t. IV, Editorial Vicens Vives, Barcelona, 1977, p. 62.
[12] Mario Méndez Bejarano, Historia política de los afrancesados, Madrid, 1912, p. 36.
[13] Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, t. III, Librería Europea de Baudry. París, 1838, p. 187.
[14] Ver Manuel J. Calle, Revista de Quito, t. III, Imprenta de “El Pichincha”, Quito, 1898, pp. 369-371.
[15] Marcelino Menéndez Pelayo, op. cit., pp. 137-139.
[16] Ramón Solís, El Cádiz de las Cortes, Alianza Editorial, Madrid, 1969, pp. 302-303.
[17] Conde de Toreno, op. cit., p. 204.
[18] Varios, El pensamiento ilustrado ecuatoriano, Corporación Editora Nacional, Quito, 1981, p. 280.
[19] Marcelino Menéndez Pelayo, op. cit., p.122.
[20] Ídem, p. 122.
[21] Ídem.
[22] Camilo Destruge, Discursos de Don José Mejía…, op. cit., pp. 14-15.
[23] Neptalí Zúñiga, José Mejía. Mirabeau del Nuevo Mundo, Talleres Gráficos Nacionales, Quito, 1942, p. 305.
[24] Camilo Destruge, op. cit., p. 4.
[25] Ídem, p. 94.
[26] Neptalí Zúñiga, op. cit., pp. 348-352.
[27] J. Vicens Vives, op. cit., p. 50
[28] Michael T. Hamerly, Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil, Artes gráficas Semefelder, Guayaquil, 1973, p. 125.
[29] Jorge Abelardo Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana, Talleres Gráficos Orestes S. R. L., t. I, Buenos Aires, 1973, p. 133.
[30] Varios, Precursores, Editorial J. M. Cajica, Puebla – México, 1960, p. 378.
[31] Neptalí Zúñiga, op. cit., p. 319.
[32] Precursores, op. cit., p. 380.
[33] Ídem, pp. 380-381.
[34] Conde de Toreno, op. cit., p. 43.
[35] Ramón Solís, op. cit., p. 456.
[36] Alejandro Andrade Coello, op. cit., p. 63.
[37] Precursores, op. cit., p. 125.
[38] G. Revsin, op. cit., p. 204.
[39] Carlos Marx, Federico Engels, op. cit., p. 54.

[40] Catálogo o Resumen histórico de prohibición de Libros. Biblioteca de Religión o Colección de Obras contra la incredulidad, t. V, Librería de A. Bouret y Morel, París, 1847, pp. 476, 496, 497, 498 y 509. (Esta nota se refiere a todos los impresos prohibidos).


http://www.patrimonio.quito.gob.ec/images/libros /2007/JOSE_MEJIA_LEQUERICA_1775-1813_%28VERSION_RESUMIDA%29.pdf LIBRO DE JORGE NUÑEZ SANCHEZ
http://brainly.lat/tarea/1812705 PRINCIPALES LOGROS DE MEJIA LEQUERICA
http://www.findeen.es/poesia_de_jose_mejia_lequerica.html LIBRO POESIA EN LA COLONIA E INDEPENDENCIA.

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