CONCHA Y SU REVOLUCION
Por César Névil Estupiñán.
De su libro “Roberto Luis Cervantes: un héroe civil”.
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En la segunda administración del General Plaza, volvió a ocupar la gobernación el señor Luis Tello Ripalda, que entusiastamente comenzó a trabajar por el progreso de la provincia. Organizó convenientemente la administración, se preocupó por la preparación intelectual de la juventud. Consiguió que se becara en el exterior a los señores Ricardo I. Plaza y Carlos Manuel Bastidas, que se habían graduado de profesores en el Normal Juan Montalvo de Quito, y a Homero Cervantes y Miguel Segundo Coronel. Otros jóvenes salieron a estudiar en Quito y Guayaquil. Don Luis Tello comprendió que el destino de la provincia estaba en manos de la juventud: por eso se preocupó por su preparación y por colocarlos en los cargos de responsabilidad. Se terminó la construcción de la Escuela Juan Montalvo. Se crearon algunas escuelas rurales. Pidió al exterior muebles para las escuelas, para la biblioteca y un moderno gabinete de física, asi como también bancas para los parques. Se solicitaron puentes colgantes para Mate, Ostiones y Lita. Hubo otra vez plena libertad y volvió el respeto y por consiguiente el goce de las garantías constitucionales. Esmeraldas iniciaba una floreciente era de prosperidad. Mientras en las administraciones alfaristas nada se hizo, pues nadie puede decir ahora: “Aquí hay un clavo que se puso en tal administración alfarista”; en cambio, puede mostrarse claramente lo que se hizo en la época en que no estuvieron en el poder los que hoy se llaman liberales. Aclaramos expresamente que con esto no queremos atacar a todo el Liberalismo, ni mucho menos a la doctrina: lo que queremos es destacar que, entonces como ahora, ya en el seno del liberalismo se perfilaban las dos tendencia: la retardataria y la progresista. Cuando los unos gobernaban: el garrote y el abuso, el abandono, el descuido y la falta de escrúpulos. Cuando los otros: la provincia vivía en un ambiente vivificador: todos trabajaban con empeño promisor; la agricultura estaba floreciente, lo mismo que la ganadería. La paz y la seguridad eran buenos augurios para la ciudadanía.
Todo iba bien durante esta segunda administración de don Luis Tello. Pero esta felicidad no debía durar mucho. Porque la desgracia siempre se ha ensañado con nuestra pobre tierra. Aquí las cosas buenas duran poco, y las malas, en cambio, tienen una permanencia asombrosa. En 1913 se desató la tormenta. Encendieron la revuelta los enemigos del progreso de Esmeraldas. Los que vivían esperando afanosamente el retorno de los viejos métodos de abusos, incorrecciones, atropellos, robos y peculados. Se explotó el asesinato de los Alfaros. Se dijo que había que vengar la sangre derramada en Quito el 28 de Enero de 1912. Se proclamó que las conquistas liberales estaban en peligro. Cuando realmente se disfrazaban los secretos designios de la más personal de las revueltas. Pero no se dijo que tras ese disfraz se encubría un motivo de índole personal del jefe de la revuelta. No se dijo que a lo que se aspiraba era a seguir dominando en la provincia. No se dijo que un grupo de empleomaníacos buscaban solo cómodas posiciones burocráticas. No se dijo jamás que un grupo de bandoleros solo querían saciar sus venganzas y dar rienda suelta a sus más bajas pasiones. Mentira que se tratara de vengar la muerte de Alfaro y los suyos. ¿Acaso Esmeraldas los había matado? Mentira que peligraban las conquistas liberales. En ese momento mismo, en los precisos instantes en que estallaba la malhadada revuelta aquí, los principios doctrinarios del Partido Liberal, es decir, la revolución liberal, se convertía en positivas realidades por obra de la acción constructiva de los mejores hombres de dicho partido. Pero había que explotar la ingenuidad de las gentes. Estalló la revuelta conchista como azote para Esmeraldas. Nada ha causado mayores daños, mayores males a esta sección de la Patria ecuatoriana. Todavía no se repone Esmeraldas de las pérdidas y del atraso sufrido a consecuencia de esa desatinada y condenable revuelta.
La aventura conchista es uno de los capítulos más negros de la historia de la provincia. El señor Oscar Efrén Reyes, notable escritor e historiador nacional, dice, refiriéndose a esta revuelta:
“Plaza llevaba buen camino. Pero advino en seguida una revolución –la del coronel Carlos Concha, en Esmeraldas, en nombre de las reivindicaciones alfaristas, y todo el dinero destinado para maestros de escuelas, mapas y libros de textos, pasó a incrementar los fondos del ejército que debía acabar con esa revolución…
El coronel Concha –continúa Reyes- si no pudo derribar al gobernó del General Paza, se dio siquiera el lujo de mantenerlo en constante alarma. Lujo carísimo y estéril, porque por él la vitalidad económica de la nación sufrió duro quebranto y se perdieron muchas vidas. No fue la campaña de Esmeraldas una lucha bvere y decisiva: sino una serie de sorpresas, emboscadas asesinatos a mansalva, en el corazón de las selvas. Como toda revuelta sangrienta, verdaderos fascinerosos pudieron encubrir con el pretexto político sus delictuosos instintos y simsples tipos de presidio se convirtieron en capitanes y comandantes “revolucionarios”. La agricultura en la zona de “campaña” quedó arrasada y perdida, porque los cosecheros y sembradores habían sido incluidos en las huestes destinadas a cercenar, a machetazos, las cabezas serranas.
Esto dice Oscar Efrén Reyes, que no es hombre de izquierda, sino un serio historiador liberal, miembro prominente de las Academias Nacionales de Historia de la Argentina, de Chile y del Ecuador.
Y el sabio arzobispo Federico González Suárez escribió:
“¿Qué es la Revolución de Concha? Es una revolución inicua que no tiene otro ideal que la venganza. ¿Qué sería del interior de la República, qué sería de Quito bajo esta horda bárbara, sedienta de sangre?”.
La crónica de esta montonera es horrorosa, toda llena de atropellos, de cobardías, de robos, de sangre hermana derramada. La barbarie y el salvajismo se desbocaron ferozmente. Nunca el hombre esmeraldeño descendió a más bajos estratos de bandolerismo sanguinario.
En 1916 vino la paz: pero la provincia estaba en ruinas. Campos y poblados en la miseria y con poblaciones reducidísimas. La agricultura y la ganadería habían casi desaparecido. Se tenía que comenzar de nuevo. Esmeraldas retrocedió por lo menos un siglo. Y los responsables de esta tragedia continuaban paseándose libremente entre nosotros con la más asombrosa desvergüenza, sin recibir ningún castigo por este crimen sin nombre.
NOTA. En esta obra, su autor narra la matanza del personal de la Cruz Roja Militar por parte de la tropa de Carlos Concha. La masacre ocurrió el viernes 13 de Diciembre de 1913. Degollaron a machetazos a 80 personas. Hubo algunos sobrevivientes que se lanzaron al río para escapar.
La rebelión conchista produjo encuentros armados como el Combate de las Piedras, en Diciembre de 1914, en el que 200 insurrectos perdieron la vida. Se menciona que al finalizar la revuelta, en 1916, los amotinados, en su huida, “fueron saqueando establecimientos comerciales y casas particulares”. Al firmarse la capitulación, algunos jefes de la misma pidieron, en Esmeraldas, que se les concediera una indemnización de ciento cincuenta mil sucres a cada uno, cosa que no les fue reconocida. Concha, que ya había sido salido del Panóptico, falleció tuberculoso dos años después.
En su libro “Historia del movimiento obrero ecuatoriano”, al referirse a la masacre del 15 XI de 1922, Patricio Ycaza destaca que el jefe de las tropas que arribaron en esos días a Guayaquil con la misión de reprimir el movimiento popular fue el coronel Pedro Concha Torres.
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